Revuelta en Éfeso.
Cámara en mano avanzaba despacio entre las ruinas de Éfeso, observando el mismo mármol por el que, siglos atrás, pasearon griegos, romanos y otomanos. Iba en busca de la fotografía perfecta, esa que siempre se me escapa, cuando me topé con un ejército de turistas, uniformados con gafas de sol caras, sombreros de ala ancha y sonrisas de anuncio. La mayoría ignoraba por completo dónde se encontraba, absorta en capturar su reflejo sonriente en la minúscula lente del móvil, repitiendo poses ensayadas una y otra vez, sin más interés que el de alimentar su colección de instantáneas vacías. Las columnas, testigos impasibles de siglos de historia, no eran para ellos más que un telón de fondo ornamental, un decorado inerte que poco importaba mientras la luz fuera la adecuada y el encuadre favorecedor. Al llegar ante la Biblioteca de Celso, esa joya milenaria que tantas veces soñé fotografiar bajo el cálido sol del atardecer, encontré una escena grotesca. Un grupo de cruceristas angl...