Atardecer en el templo de Pre Rup

Llegué en tuk-tuk, claro.
No iba a cruzarme media jungla a pata como un arqueólogo de los años 30.
El conductor era un tipo menudo con una sonrisa permanente y un repertorio básico de español aprendido de turistas: “¡Cristiano Ronaldo, muy bueno!”
Asentí con convicción, aunque me da igual el fútbol.
Pero nací en Sevilla, y allí no se elige.
Allí, cuando un niño nace, antes de saber andar ya le han hecho del Betis o del Sevilla.
No como en Córdoba o en Soria, donde se reparten entre el Madrid y el Barça como si fueran marcas de yogur.

La carretera se fue transformando en tierra, la tierra en polvo, y el polvo en piedra.
Y ahí estaba Pre Rup.
Un templo de ladrillo rojizo, sólido, sin florituras.
Parecía más una fortaleza que un santuario.
Dicen que fue construido para Shiva, pero con tantos dioses, reyes y reformas, quién sabe.

Durante años se creyó que aquí se cremaban cuerpos.
Pero nada. Otro malentendido romántico.
Lo que parece una pira funeraria es solo la base de una estatua.
Más prosaico, pero también más real.
El humo era solo de los turistas sudando bajo el sol.

Subí despacio, peldaño a peldaño.
Las piedras estaban calientes y polvorientas.
Me ardían las piernas y la nuca.
Arriba, un león de piedra me miraba con su cara comida por la humedad y los siglos.
Seguía ahí. A lo suyo.
Como diciendo: “Bien, otro más que viene a buscar no sé qué.”

La luz empezó a cambiar.
El sol bajaba lento, derramándose entre las copas de los árboles como si alguien hubiese destapado una botella de fuego.
El cielo sangraba tonos que ni Photoshop se atreve a inventar.
Y yo, por una vez, no tuve prisa.

Monté el trípode. Ajusté el encuadre.
Disparé una sola foto.
La buena.
No hacía falta más.

El tuk-tuk me esperaba abajo.
Y sí, al bajar, el conductor me recibió con otro “¡Cristiano, golazo!”
Le di la razón.
Había sido un buen día.


Atardecer en el templo de Pre Rup, octubre 2019
Nikon D-750, Sigma Art 24mm. f/1.4
Apertura f/8 Obturación 1/125 s. ISO 100

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