ACERCA DE MÍ
David Andrade
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Cámara en ristre durante una travesía en esquís, Lofoten, Noruega, abril 2015 |
La semilla de la aventura
De pequeño devoraba las novelas de Julio Verne, me tragaba los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, David Attenborough y el Comandante Cousteau como si fueran capítulos de una saga épica. Mi héroe de ficción: Indiana Jones, por supuesto. Y sí, soñaba con unirme algún día a la Ruta Quetzal de Miguel de la Quadra-Salcedo, mochila al hombro y mundo por descubrir.
Me veía de adulto hurgando entre ruinas mayas como arqueólogo, estudiando simios en la jungla de Borneo como etólogo o desenterrando dinosaurios en el desierto del Gobi como paleontólogo. Todo muy National Geographic, todo muy idealista.
Pero la vida —esa experta en tirar planes por la borda— me llevó por otro camino. No viví esas vidas soñadas, pero desde que salí de casa a los diecinueve, conseguí algo parecido: una existencia nómada, aventurera, pegado al barro, la nieve y al viento, coleccionando experiencias, conocimientos y habilidades que no te enseñan en ninguna universidad.
Hoy tengo un trabajo estable. Más tranquilo, más de “adulto funcional”. Pero cada tanto agarro mi cámara y salgo a explorar el mundo a mi manera. Porque hay cosas que uno no deja atrás. Solo las lleva en silencio, como brújula interna.
Cuando el clic se convirtió brújula
Desde crío sentí una atracción casi magnética por la fotografía. Siempre andaba con alguna cámara compacta en el bolsillo, disparando fotos de montaña, de viajes, de cualquier cosa que se moviera —o no. Pero fue en 2013 cuando la cosa cambió de verdad: descubrí el curso Un año de fotografía, del maestro José Benito Ruiz. Y ahí ya no hubo vuelta atrás.
Me compré mi primera réflex, una Nikon D7000, con más ilusión que técnica, y desde entonces la fotografía se volvió una de esas pasiones que no sueltan. No solo porque me gusta el clic del obturador, sino porque encaja perfecto con mis otras dos obsesiones: la naturaleza y el viaje. Capturar el mundo mientras lo recorro, como si el visor fuese una brújula que siempre apunta al asombro.
Mirar para ver
"La fotografía es una posibilidad de satisfacer una curiosidad insaciable"
Gillhausen
Y vaya si lo es. Como decía el reportero Rolf Gillhausen, la fotografía, para mí, se ha vuelto la excusa perfecta para salir ahí fuera y descubrir el mundo sin pedir permiso.
Al principio solo quería guardar recuerdos, dejar constancia de mis rutas por la montaña, de los viajes, de lo vivido. Pero con el tiempo me di cuenta de que la fotografía era mucho más que un álbum personal: era una puerta. Gracias a ella empecé a interesarme por temas que antes ni miraba de reojo. Biología, geología, astronomía, climatología… lo que fuera. Todo lo que pudiera explicar lo que tenía delante del objetivo.
También me enseñó a mirar de otra manera. A fijarme en la luz —en su dirección, su temperatura, su rareza—, en cómo acaricia o golpea lo que ilumina. Y sobre todo, a saborear esos momentos casi místicos que regala la naturaleza: un amanecer que incendia las nubes, un halo solar, la niebla trepando una ladera. La cámara no solo captura el instante, me lo graba en la memoria con más nitidez.
Y hay algo más: es terapia. Cuando estoy solo con la cámara, apuntando a un paisaje o esperando que algún bicho asome, el mundo se calla. No existe nada más. Y en ese silencio, por fin, mi cabeza también baja el volumen. Y eso, en estos tiempos, es un lujo.
Lo sencillo, bien hecho
Me gusta la fotografía documental sin fuegos artificiales. Nada de florituras innecesarias ni filtros que parecen salidos de una app de moda. Prefiero una imagen honesta, pero bien compuesta, con estética cuidada y fondo sólido. Que no solo muestre algo, sino que diga algo.
Podría soltar una lista eterna de fotógrafos que me inspiran, pero no vine a hacer inventario. Me basta con mencionar a dos pesos pesados —clásicos vivos y a la vez polémicos—: Steve McCurry y Sebastião Salgado. El primero, un maestro del color que sabe cuándo apretar el obturador para que todo encaje… y si no encaja, ya se encarga Photoshop. El segundo, un artesano del blanco y negro que convierte cada imagen en un golpe visual y emocional. Muy distintos entre sí, pero ambos con una mirada afilada como cuchillo.
Dicho eso, sería injusto no reconocer que hay muchos otros fotógrafos a los que sigo y admiro. Algunos famosos, otros anónimos, pero todos con ese don raro de contar historias sin abrir la boca.
PUBLICACIONES Y COLABORACIONES
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En la exposición del XXV Congreso de AEFONA, diciembre 2017 No todos los días un aficionado como yo, expone su trabajo junto al de D. José Benito Ruiz. |
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Fotografiando la impresionante cascada de Dettifoss, Islandia, junio 2016 |
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Fotografiando un Galápago gigante en Islas Galápagos, noviembre 2021 |
En la exposición del XXIX Congreso de AEFONA, diciembre 2021 |
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Fotografiando las Líneas de Nasca, Perú, junio 2022 |
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Descubriendo maravillas en el Templo de Edfu, Egipto, mayo 2023 |