Nada en Yangon
Era temprano. El calor ya hervía en la piel como una sartén sucia olvidada al fuego. La Shwedagon brillaba con ese oro grasiento que se pega en la lengua. Había gente, demasiada gente, y todos querían ver algo que no entendían. Caminaba sin rumbo. Había dormido poco. Había bebido menos. No estaba allí buscando dioses ni respuestas, solo fotos. A veces las fotos son más sinceras que las palabras. No mienten tanto. El monje estaba allí. Siempre está allí. No lo supe hasta después, cuando alguien me dijo que ese viejo budista aparece en las fotos de medio mundo. Como el Mickey Mouse de Yangon. Siempre en la misma pose, siempre con los ojos cerrados, como si la vida de los demás no le importara. Quizá no le importaba. Me acerqué. El suelo quemaba. Los turistas le rodeaban como moscas a un cadáver dulce. Con móviles, con cámaras compactas, con la mirada estúpida del que cree que está capturando algo profundo. Yo saqué la cámara también. No iba a fingir que era mejor que ellos. Ap...