Historia tras la foto: Iglesia de Salardú en un día lluvioso.
Aquel día las clases terminaron antes de lo previsto. No por cortesía ni buena voluntad, sino porque Baqueira parecía haber cambiado su identidad de estación de esquí a parque acuático improvisado. La lluvia y la nieve convertían las pistas en un lodazal helado, y uno acababa igual de empapado si enseñaba a esquiar o si se lanzaba de cabeza a un lago. Me anularon un par de clases, así que aproveché para refugiarme en un café de la zona, esperando a que escampara. No tuve la misma suerte que mi mujer, a quien todavía le quedaba lidiar con dos niños resbalando bajo aquel diluvio de agua-nieve. Habíamos quedado en Salardú, el encantador pueblo a las puertas de la estación. Cuando llegué, la lluvia seguía castigando sin piedad el parabrisas de mi Suzuki Jimny, así que me quedé dentro del coche, protegido, viendo cómo el mundo se desdibujaba tras las gotas de agua. Entonces me fijé en algo curioso: la iglesia de Salardú, recortada a lo lejos, se reflejaba en los surcos acuosos d...