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Mostrando entradas de mayo, 2025

Sebastião Salgado: la mirada que abrazó al mundo

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Sebastião Salgado ha muerto. Y con él, se apaga una de las miradas más lúcidas, comprometidas y poéticas que ha tenido la fotografía documental en el último siglo. Tenía 81 años y falleció en París, víctima de una leucemia derivada de la malaria que contrajo en 2010 durante una expedición en Indonesia. Nacido en Aimorés, Minas Gerais, Brasil, en 1944, Salgado no empezó su carrera con una cámara al cuello, sino con una calculadora en la mano: era economista. Pero la estadística se le quedó corta para explicar el mundo. Fue en África, mientras trabajaba para la Organización Internacional del Café, donde tomó sus primeras fotos con una Leica prestada por su esposa, Lélia Wanick. Ahí comenzó su viaje hacia la fotografía, no como arte, sino como testimonio. Su obra no fue un paseo turístico por la miseria ajena. Fue una inmersión brutal en las heridas abiertas del planeta: los garimpeiros de Serra Pelada, los refugiados del Sahel, los migrantes de "Éxodos", los trabajadores ...

Nazca desde el aire: dibujos, vértigo y misterio

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  Nazca: líneas, monos gigantes y un tipo con casco espacial Hay paisajes que te sacuden. No por su belleza —que también—, sino por el bofetón que te pegan en la conciencia cuando ves lo que fueron capaces de hacer civilizaciones sin drones, sin Google Maps y, por supuesto, sin necesidad de llamar a los extraterrestres. Las líneas de Nazca son exactamente eso: un “¡zas!” visual desde el aire y un “¿pero cómo cojones hicieron esto?” cuando te lo explican. Están en medio del desierto más seco del Perú, que ya es decir. Un lugar donde el sol cae como plomo y donde podrías dejar un cadáver y conservarse mejor que en un museo. Ahí, sobre esa llanura marrón que parece una sartén oxidada, hay dibujados más de 300 geoglifos que sólo se entienden si los miras desde las alturas. Y eso fue lo que hicimos. El vuelo: subirse a una avioneta y rezar lo que sepas Salimos desde el pequeño aeropuerto de Nazca con una de las agencias locales que te venden el pack “mareo + epifanía”. Lo que te pro...

Nada en Yangon

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  Era temprano. El calor ya hervía en la piel como una sartén sucia olvidada al fuego. La Shwedagon brillaba con ese oro grasiento que se pega en la lengua. Había gente, demasiada gente, y todos querían ver algo que no entendían. Caminaba sin rumbo. Había dormido poco. Había bebido menos. No estaba allí buscando dioses ni respuestas, solo fotos. A veces las fotos son más sinceras que las palabras. No mienten tanto. El monje estaba allí. Siempre está allí. No lo supe hasta después, cuando alguien me dijo que ese viejo budista aparece en las fotos de medio mundo. Como el Mickey Mouse de Yangon. Siempre en la misma pose, siempre con los ojos cerrados, como si la vida de los demás no le importara. Quizá no le importaba. Me acerqué. El suelo quemaba. Los turistas le rodeaban como moscas a un cadáver dulce. Con móviles, con cámaras compactas, con la mirada estúpida del que cree que está capturando algo profundo. Yo saqué la cámara también. No iba a fingir que era mejor que ellos. Ap...

El vuelo y la niebla

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 Madrugar es una de esas torturas modernas que algunos, como yo, practicamos por gusto. Bueno, gusto... más bien por esa adicción absurda a la luz azulada del alba, esa que promete mucho y casi siempre entrega poco. Aún no eran ni las siete cuando ya estaba camino de la balsa de Betoño, en pleno humedal de Salburua. La radio apagada, el termo con café barato humeando en el asiento del copiloto y la esperanza (tan terca como yo) de encontrar una de esas escenas que hacen que la vida tenga un poco de sentido. O al menos, una foto decente para justificar el madrugón. Al llegar, la niebla era tan espesa que parecía que el mundo se había esfumado y sólo quedaba yo, el barro y ese silencio denso, casi sospechoso, como de película mala de terror. Ese tipo de niebla que no sabes si te va a regalar una imagen de ensueño o te va a colar un resfriado de campeonato. Pero ya estaba allí, así que monté el trípode, coloqué el teleobjetivo y me dediqué a esperar... como un idiota estoico en mitad ...

10 de Mayo - Día Mundial de las Aves Migratorias.

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Cada año, millones de aves migratorias cruzan continentes con una puntualidad que ridiculiza cualquier horario de tren. Lo hacen impulsadas por algo que no necesita brújula: instinto, necesidad y pura supervivencia. Vuelan de norte a sur y de vuelta, esquivando tormentas, cazadores, y ciudades que cada vez les dejan menos espacio para aterrizar sin morir en el intento. El Día Mundial de las Aves Migratorias , que se celebra el segundo sábado de mayo, no es un festejo con globos y confeti. Es una llamada de atención. Este año, el tema elegido es claro: "Crear ciudades y comunidades amigables con las aves" . Y no, no se trata de poner comederos en los balcones y darles alpiste. Hablamos de planificación urbana que respete sus rutas, edificios que no las desorienten con luces artificiales, y espacios verdes que no sean solo decoración, sino refugios vivos. Porque mientras nosotros construimos a lo loco, ellas chocan contra cristales, pierden sus zonas de descanso, y ven cómo el ...

El bosque de Oma y el arte que lo arruinó

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Hay cosas que huelen a impostura desde lejos, como un perfume barato en un ascensor. El Bosque de Oma, ese experimento cromático de Agustín Ibarrola perdido entre los hayedos de Kortezubi, es una de ellas. Se presenta como una fusión de arte y naturaleza, pero lo que realmente ofrece es un parque temático del ego disfrazado de intervención artística. Ibarrola, que algunos veneran como visionario del land art a la vasca, pintó decenas de árboles vivos con formas geométricas, ojos, figuras humanas, rayas multicolores y hasta motoristas como si el bosque fuera un cuaderno de colorear infantil. Y ahí estuvo la cosa, años al sol y la humedad, como un mural psicodélico que se descomponía lentamente. Hasta que el bosque, literalmente, murió. Sí, el Bosque de Oma original ha pasado a mejor vida. La causa fue la banda marrón, una enfermedad provocada por un hongo (el Phaeolus schweinitzii , para los curiosos), que afecta principalmente a los pinos y acabó por condenar al conjunto. ¿Fue culpa...

La hora azul del Puente Nuevo de Ronda

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Hace unos días, por fin disparé una de esas fotos que tenía pendientes desde hace años: el Puente Nuevo de Ronda, justo en la hora azul. Ese instante caprichoso en el que el día se resiste a morir y la noche aún no se atreve a entrar del todo. El cielo se vuelve de un azul imposible, como de postal manipulada, pero real. Tan real como el peso del trípode que cargué hasta el punto de la toma. No era una foto cualquiera. Era una cuenta pendiente. Una especie de reconciliación entre lo que fui y lo que soy. Porque hace muchos años, cuando aún llevaba el pelo rapado y las botas bien lustradas, estuve destinado en Ronda, en la XIX Bandera de Operaciones Especiales de la Legión. De aquellos días me queda el olor a pólvora, la disciplina a gritos y la memoria muscular de haber subido decenas de veces desde el valle hasta el pueblo corriendo, con el puente allá arriba, como un coloso de piedra que me vigilaba sin pestañear. Aquella estructura era el final del sufrimiento físico y el principio ...