Nazca desde el aire: dibujos, vértigo y misterio
Nazca: líneas, monos gigantes y un tipo con casco espacial
Hay paisajes que te sacuden. No por su belleza —que también—, sino por el bofetón que te pegan en la conciencia cuando ves lo que fueron capaces de hacer civilizaciones sin drones, sin Google Maps y, por supuesto, sin necesidad de llamar a los extraterrestres. Las líneas de Nazca son exactamente eso: un “¡zas!” visual desde el aire y un “¿pero cómo cojones hicieron esto?” cuando te lo explican.
Están en medio del desierto más seco del Perú, que ya es decir. Un lugar donde el sol cae como plomo y donde podrías dejar un cadáver y conservarse mejor que en un museo. Ahí, sobre esa llanura marrón que parece una sartén oxidada, hay dibujados más de 300 geoglifos que sólo se entienden si los miras desde las alturas. Y eso fue lo que hicimos.
El vuelo: subirse a una avioneta y rezar lo que sepas
Salimos desde el pequeño aeropuerto de Nazca con una de las agencias locales que te venden el pack “mareo + epifanía”. Lo que te prometen es un vuelo de 30-40 minutos sobre las principales líneas. Lo que no te dicen es que el piloto va a hacer maniobras de izquierda a derecha como si estuviera esquivando misiles para que todos en la avioneta puedan ver las figuras... y de paso revisar el desayuno.
Eso sí: compensa. Porque en cuanto el avión se estabiliza y ves por la ventanilla la figura del colibrí de casi 100 metros, con esas alas perfectamente delineadas, entiendes que algo muy gordo pasaba por la cabeza de los Nazca. O tenían fe... o alucinógenos. O las dos.
Las estrellas del desierto
Te pasas el vuelo como en una especie de safari arqueológico:
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El Colibrí: tan delicado como si lo hubiera dibujado un joyero, pero en una escala que sólo un dios con compás gigante podría haber trazado.
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El colibrí, Nazca, junio 2022 Nikon D-750, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 Apertura f/5.6 Obturación 1/800 s. ISO 180 |
- El Mono: con su rabo en espiral y sus manitas bien puestas, parece más un personaje de dibujo animado que una deidad precolombina. Pero ahí está, intacto, burlándose del tiempo.
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El mono, Nazca, junio 2022 Nikon D-750, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 Apertura f/5.6 Obturación 1/800 s. ISO 125 |
La Araña: con unas proporciones tan perfectas que aún hoy los biólogos se quedan pasmados. Algunos dicen que representa una especie amazónica. Lo cual plantea la pregunta: ¿cómo coño sabían cómo era esa araña si vivían a cientos de kilómetros de la selva?
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La araña, Nazca, junio 2022 Nikon D-750, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 Apertura f/5.6 Obturación 1/1000 s. ISO 180 |
La Ballena: porque claro, en pleno desierto lo lógico es dibujar una ballena. Una pista más de que esto tenía más que ver con lo simbólico que con lo literal.
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La ballena, Nazca, junio 2022 Nikon D-750, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 Apertura f/5.6 Obturación 1/800 s. ISO 125 |
El Perro: con cuerpo de salchicha y expresión de "me han dibujado raro". Tierno, pero un poco indignado.
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El perro, Nazca, junio 2022 Nikon D-750, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 Apertura f/5.6 Obturación 1/800 s. ISO 160 |
El Astronauta: este es mi favorito. Una figura humanoide con ojos grandes y lo que muchos juran que es un casco. A estas alturas del vuelo, ya estás lo bastante mareado como para considerar seriamente que sí, que igual hubo alienígenas y vinieron a jugar al Pictionary con los Nazca.
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El astronauta, Nazca, junio 2022 Nikon D-750, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 Apertura f/5.6 Obturación 1/800 s. ISO 320 |
¿Y todo esto para qué?
Las teorías se amontonan. Que si rituales religiosos, que si calendarios astronómicos, que si rutas ceremoniales, que si querían que los dioses vieran sus dibujos desde el cielo. Lo que está claro es que esta gente no hacía las cosas a lo loco. Usaban herramientas básicas, sí, pero con un conocimiento topográfico y matemático que nos desmonta el ego moderno. Y lo más loco: lo hicieron sin ver nunca sus propias obras terminadas desde el aire.
Reflexión final, con sabor a tierra seca
Bajas del avión con las tripas revueltas, el alma enredada y una certeza: los antiguos Nazca no necesitaban ovnis. Lo que tenían era imaginación, paciencia y una obsesión enfermiza por dejar huella. Literalmente. En un mundo donde todo es efímero y pixelado, estos dibujos de piedra y polvo siguen ahí, mil años después, desafiando al viento, al tiempo y a nuestra arrogancia.
Recomiendo el viaje. No por la avioneta (aunque tiene su punto), sino porque a veces hay que ver el mundo desde arriba para entender lo que la historia nos ha dejado bajo los pies.
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El autor en pleno frenesí fotográfico, Nazca, junio 2022 iPhone 8 |