El vuelo y la niebla

 Madrugar es una de esas torturas modernas que algunos, como yo, practicamos por gusto. Bueno, gusto... más bien por esa adicción absurda a la luz azulada del alba, esa que promete mucho y casi siempre entrega poco. Aún no eran ni las siete cuando ya estaba camino de la balsa de Betoño, en pleno humedal de Salburua. La radio apagada, el termo con café barato humeando en el asiento del copiloto y la esperanza (tan terca como yo) de encontrar una de esas escenas que hacen que la vida tenga un poco de sentido. O al menos, una foto decente para justificar el madrugón.

Al llegar, la niebla era tan espesa que parecía que el mundo se había esfumado y sólo quedaba yo, el barro y ese silencio denso, casi sospechoso, como de película mala de terror. Ese tipo de niebla que no sabes si te va a regalar una imagen de ensueño o te va a colar un resfriado de campeonato. Pero ya estaba allí, así que monté el trípode, coloqué el teleobjetivo y me dediqué a esperar... como un idiota estoico en mitad del pantano.

Y entonces, cuando el gris comenzaba a ceder tímidamente al azul, ella apareció. Una garza, solitaria, elegante como una bailarina de otro tiempo, desplegando las alas justo en el epicentro de la niebla, como si me estuviera haciendo un pase privado, un regalo exclusivo por haber tenido la insensatez de estar allí a esas horas.

El momento fue tan absurdo como hermoso. Ahí estaba yo, congelándome el alma, disparando en ráfaga como si la escena fuera a escaparse en cualquier segundo (que, por cierto, lo hizo), mientras pensaba que quizá esa garza entendía mejor la vida que yo. Ella no se complicaba con despertadores, calendarios ni RAWs. Ella simplemente estaba. Era. Volaba. Y con eso le bastaba.

Yo, mientras tanto, seguía allí, mirando el LCD de la cámara, buscando el histograma perfecto, la composición que salvara el día. Pero la verdad es que en esos minutos, con el vaho empañándome las gafas y los dedos entumecidos, me di cuenta de que la foto ya estaba hecha en mi cabeza. Lo demás, el archivo, el revelado, las redes sociales... todo eso era secundario. Lo importante había sido estar allí, presenciarlo.

A veces pienso que la fotografía es eso: una excusa perfecta para vivir escenas que de otro modo nunca vivirías. Aunque te deje ojeras y cafés fríos de por medio.

Garza real en el humedal de Salburua, septiembre 2020
Nikon D-750, Nikon 200-500 mm. f/5.6 a 500 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/2000 s. ISO 400


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