Fotografiar la montaña Arcoíris y sobrevivir a un accidente.

Seguro que muchos ya la habrán visto en esas redes sociales infestadas de fotos retocadas, colores saturados hasta la náusea y poses idénticas: hablo de la famosa montaña Vinicunca, más conocida como la montaña Arcoíris o de los Siete Colores, situada en la Cordillera del Vilcanota, allá por Pitumarca, en Perú, a 5.200 metros de altitud. Un lugar que se ha vuelto moda obligada en los últimos años, gracias, precisamente, a la peculiaridad cromática de sus laderas: franjas fucsias, turquesas, lavanda y doradas, como pintadas por un artista delirante.

Cada uno de esos colores tiene su razón de ser, claro, nada de magia ni cuentos andinos:

  • El rosado o fucsia, de arcilla rosa mezclada con arena y fangolitas.

  • El blanquecino, por arenisca de cuarzo y piedra caliza.

  • El morado o lavanda, mezcla fina de arcilla, carbonato de calcio y silicatos.

  • El rojo, puro hierro oxidado entre arcillas y argilitas.

  • El verde, combinación curiosa de hierro, magnesio y óxido de cobre.

  • Y esos pardos amarillentos, mostazas o dorados, culpa de la limonita y del azufre.

Pero lo curioso es cómo un lugar así, que evidentemente no se formó ayer, se hizo célebre apenas hace cinco años. La explicación, según nos contó el guía local, es que unos excursionistas israelíes se perdieron en 2006 intentando subir al Ausangate, y al llamar desesperados a los servicios de rescate, describieron su ubicación diciendo simplemente que veían una montaña pintada de colores imposibles. Así, con esa extraña casualidad, las autoridades peruanas conocieron la existencia de la montaña, hasta entonces desconocida porque siempre estuvo cubierta por un glaciar. Un glaciar que, por obra y desgracia del cambio climático, ha desaparecido lentamente en los últimos años, desnudando la montaña y dejando al descubierto sus pintorescas franjas.

Cómo llegar.

Para llegar allí, lo habitual es salir de Cusco, distante unos 100 kilómetros, contratando la excursión en cualquiera de las numerosas agencias que salpican la ciudad. Normalmente te recogen en tu alojamiento a la incómoda hora de las cuatro y media de la madrugada, te llevan en un microbús haciendo una breve parada para desayunar, y finalmente te dejan en un aparcamiento desde donde arranca una caminata de unos cuatro kilómetros hasta llegar a los dos miradores disponibles. Conviene recordar que la altitud no es broma, pues el famoso soroche o mal de altura acecha al desprevenido. Para los menos resistentes, hay lugareños que, a cambio de pocos soles, ofrecen caballos para hacer más fácil el trayecto, aunque los últimos metros hasta los miradores hay que hacerlos inevitablemente a pie.

Durante la subida, se pueden encontrar puestos donde venden infusiones de coca y otras delicias locales, así como servicios básicos. Ya en la cima, además del espectáculo de colores, no falta algún pastor ofreciendo fotos con alpacas por unas monedas, e incluso una señora que, con humor pragmático, por dos soles te estampa el sello oficial de la montaña en el pasaporte.

Las fotografías que aquí muestro no llevan filtros, trucos ni colores artificiales. La luz de la mañana, con el sol a la espalda en un día despejado, es más que suficiente para realzar naturalmente el lugar. Eso sí, el gentío es inevitable. Como cualquier lugar que se pone de moda, la belleza hay que compartirla con decenas de turistas que, como uno mismo, persiguen el mismo sueño: llevarse a casa la fotografía perfecta de la montaña Arcoíris.

Vinicunca, Región Cusco, junio 2022
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 48 mm.
Apertura f/11 Obturación 1/250 s. ISO 100


Vinicunca y el Valle Rojo, Región Cusco, junio 2022
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 62 mm.
Apertura f/11 Obturación 1/250 s. ISO 100
Panorámica compuesta por 4 tomas en vertical a pulso.

Disfrutando del espectáculo, Región Cusco, junio 2022
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 82 mm.
Apertura f/16 Obturación 1/125 s. ISO 100



Tocando la flauta, Región Cusco, junio 2022
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 35 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/250 s. ISO 100

El accidente.

 El accidente ocurrió al acabar la excursión, una de esas que empiezan con alegría y suelen acabar en bostezos. Subimos al microbús con ganas de volver a casa, y en pocos minutos, casi todos dormíamos profundamente. Al parecer, incluido el conductor, que o bien cayó rendido de cansancio o había despachado algún trago de más mientras nos esperaba. Eso nunca lo supimos con certeza, porque tras el percance salió del vehículo por su propio pie y desapareció del mapa sin dejar rastro.

El caso es que el tipo perdió el control, el bus salió disparado de la carretera y se despeñó por un barranco de unos quince metros. Dicen quienes estaban despiertos que dimos al menos dos vueltas completas antes de detenernos. La policía apareció después, como suele ocurrir en estos casos, pero quienes nos rescataron en realidad fueron vecinos de una aldea cercana, ayudados por alguno de los pasajeros que tuvo la suerte de salir ileso.

Nos trasladaron a un hospital próximo, donde pasamos una semana con las primeras curas y pruebas médicas, hasta que pudimos regresar a España. Aquí ya nos atendieron debidamente, aunque las secuelas tardaron en sanar bastante más de lo previsto.

En aquel autobús viajábamos diecisiete personas: quince turistas más el guía y el conductor. No hubo muertos, por pura suerte, pero sí heridas de consideración. Mi mujer se llevó lo peor: el húmero partido, mandíbula fracturada y una costilla rota. Yo tuve menos suerte de la que aparentaba, con la nariz rota y una conmoción cerebral que me dejó sin memoria clara del momento exacto en que todo se fue al carajo.

Al principio pensamos que en un par de meses estaríamos en pie y casi como nuevos. Pero la realidad tiene sus propias reglas, y los meses se multiplicaron hasta hacerse más de seis. Hoy, aún convalecientes, miramos atrás con esa mezcla de incredulidad y respeto que provocan ciertas experiencias extremas, conscientes de que la frontera entre la suerte y el desastre es siempre más fina de lo que uno cree.




Así quedó el vehículo en el fondo del barranco.
Y así mi cara al rato del accidente.


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