Rocamadour, un pueblo en la roca.

Rocamadour es uno de esos sitios que parecen sacados directamente de una novela antigua, enclavado orgullosamente sobre el abismo del río Alzou, como si la mano firme de algún dios caprichoso lo hubiese puesto allí para desafiar eternamente al vértigo y al olvido. En lo alto, clavado en roca caliza y siglos de historia, este lugar ejerce todavía hoy una poderosa atracción sobre peregrinos y viajeros, que llegan buscando algo más que simples postales.

Aquí arriba, en medio de capillas que susurran plegarias y santuarios que guardan secretos centenarios, uno entiende que la fe puede tener tantas formas como piedras hay en sus caminos. Desde la Capilla de Notre-Dame hasta las iglesias de Saint-Sauveur y Saint-Amadour, todo en Rocamadour habla de espiritualidad resistente al paso de los siglos, narrando una historia que se respira a cada paso.

Coronando todo ello, el castillo vigila imperturbable desde las alturas, ofreciendo vistas que cortan el aliento, con valles y montañas desplegados a sus pies como un tapiz infinito. Sus museos, discretamente escondidos entre muros antiguos, ofrecen al visitante un billete directo al pasado, una ventana por la que asomarse al alma verdadera de esta tierra.

Pero la esencia de Rocamadour no es solo piedra ni leyenda. También es sabor. No se puede pisar este lugar sin dejarse conquistar por su queso de cabra, elaborado con paciencia desde tiempos remotos. En cada bocado, créanme, hay historia, tradición y la honestidad pura del campo francés.

Hubo un tiempo en que mi mujer y yo viajábamos ligeros, en una vieja Volkswagen con cama atrás y mesa plegable, dispuestos siempre a acampar donde fuese necesario para perseguir las mejores luces del día. Así, una tarde de esas, nos acercamos a Rocamadour decididos a capturar el instante perfecto del atardecer. Coloqué el trípode, ajusté la Nikon D-810 con un 70-200 mm en 110 mm, y esperé. La luz, caprichosa, fue posándose lentamente sobre el pueblo, mezclándose con las farolas recién encendidas, creando una estampa digna de ser atrapada con paciencia.

Usé la técnica del HDR, haciendo tres tomas con exposiciones diferentes para equilibrar ese diálogo complicado entre luces naturales y artificiales. No contento con eso, tomé dos fotos verticales más, para conseguir una panorámica que mostrara no solo la aldea suspendida en la roca, sino también el valle que se extendía debajo, completando al final una imagen de seis fotografías que resumía, a mi modo de ver, todo lo que Rocamadour es y será siempre: una hermosa y orgullosa resistencia contra el paso implacable del tiempo.


Rocamadour, un pueblo en la roca, departamento de Lot, región de Occitania, (Francia) septiembre 2015

Nikon D-810, Nikon 70-200 mm. f/2.8 a 110 mm.
Apertura f/16 Obturación 6 s. ISO 64
(datos de la toma principal, las otras dos con 1 paso de diferencia)



Fotografiando al amanecer, departamento de Lot, región de Occitania, (Francia) septiembre 2015

Nikon D-810, Nikon 50 mm. f/1.8
Apertura f/16 Obturación 5 s. ISO 64


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