El Sol de medianoche

Junio, más allá del Círculo Polar Ártico.

Por encima del Círculo Polar Ártico, en junio el sol se niega a esconderse. Las noches, si es que pueden llamarse así, son un eterno atardecer que se funde con el amanecer en una coreografía de cuatro horas de luz dorada. Una fantasía para cualquier fotógrafo de paisajes y un desajuste monumental para el cuerpo humano.

En junio de 2016, mi pareja y yo alquilamos un coche y nos lanzamos a rodear Islandia durante 22 días. Sin prisas, con tienda de campaña, hornillo y la idea clara de que el lugar para dormir se decidiría cada día sobre la marcha. Uno de esos viajes que se te clavan dentro y te cuesta superar.

El día que hice esta foto, conducíamos por el norte de la isla buscando dónde plantar la tienda. Se nos fue la tarde persiguiendo charranes árticos con la cámara: elegantes, agresivos y bastante más fotogénicos que simpáticos. Cuando decidimos que ya era hora de dormir, estábamos en medio de la nada. Literal. Alguna casa perdida, mucho silencio y una luz absurda para esas horas.

Serían las doce de la noche cuando aparqué en el arcén. Me bajé con la cámara en la mano, como si el sol me hubiese tirado de la manga. El cielo ardía, y las nubes parecían brasas flotantes empujadas hacia el nuevo día.

Sol de medianoche, Islandia, junio 2016
Nikon D-810, Nikon 70-200 mm. f/2.8
Focal 165 mm. Apertura f/6.3 Obturación 1/2000s. ISO 400

Un poco más tarde, llegamos a Stykkishólmur. Debía de ser la una de la madrugada. Los niños jugaban al fútbol como si fuesen las cinco de la tarde, y un grupo de adultos daba golpes en el campo de golf. Sin prisa, sin abrigo y, por supuesto, sin lógica aparente.

Porque sí, a estas latitudes los ritmos circadianos se toman vacaciones. El cuerpo hace lo que puede, pero el alma... el alma se deja llevar.

Un autorretrato de aquella misma noche, Islandia, junio 2016


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