Fotografiar el castillo de Andrade: entre historia y fantasía

 

Castillo de Andrade, Pontedeume,  abril 2025
Nikon Z-fc, Nikon DX 15-50 mm. f/3,5-6,3 a 26 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/320s. ISO 100

Un pequeño desvío en el camino

Quienes seguís este blog sabéis que suelo hablar de fotografía, naturaleza y viajes. Y esta entrada, en principio, no iba a ser diferente. Pero a veces, una imagen antigua, un recuerdo enterrado o una piedra con historia pueden abrir la puerta a otro tipo de viaje. Esta vez no ha sido una ruta por montañas ni una escapada con la cámara al hombro, sino un recorrido hacia la infancia, la memoria... y una historia medieval que me toca muy de cerca.

Todo empezó con un libro de castillos, una vieja habitación que fue biblioteca, y un apellido que —para mi sorpresa de niño— también daba nombre a una fortaleza gallega. Lo demás, como suele decirse, vino rodado: una visita, una fotografía, una investigación... y, finalmente, un retrato literario del hombre que dio origen a todo.

Porque por cosas de la vida, crecí y me crié en un piso de Sevilla. Mi habitación había sido, en los tiempos de soltería de mi padre, su biblioteca o sala de recreo. Cuando llegué yo, me endosaron ese cuarto tal cual, sin que nadie se molestara en infantilizarlo. Así que, de pequeño, entre juguetes y tardes eternas sin pantallas —sí, existía el aburrimiento antes del móvil—, acabé zambullido en un mar de libros, muchos de ellos bastante por encima de mi edad.

Me guiaba por lo visual, claro. Uno de mis libros favoritos se titulaba Castillos de España, una especie de catálogo fotográfico de las fortalezas más emblemáticas del país. Y allí estaba: el Castillo de Andrade. Imagínate el impacto en un crío al ver su propio apellido estampado en piedra. Magia pura.

Hace poco estuve de visita por tierras gallegas. Aproveché mi paso por La Coruña para saldar esa vieja deuda de infancia: pasé por Pontedeume, visité la Torre de los Andrade, el castillo... todo aquello que de niño solo veía en fotos.

Por suerte, siempre llevo alguna cámara —o al menos el móvil— encima. Así que, por fin, pude fotografiar el castillo que durante años alimentó mi imaginación.

Castillo de Andrade, Pontedeume,  abril 2025
Nikon Z-fc, Nikon DX 15-50 mm. f/3,5-6,3 a 29 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/320s. ISO 100

La foto no es gran cosa. Ni estaba preparado para una sesión seria, ni la luz acompañaba. Pero fue brutal reencontrarme, más de cuarenta años después, con aquella imagen de mi infancia. Esta vez, en carne, hueso y granito.

Ya en casa, me dio por investigar. El castillo, el apellido, su historia. Resulta que, desde ese rincón gallego, el nombre "Andrade" se ha esparcido por medio mundo. Leí bastante sobre personajes célebres con ese apellido, pero el que más me atrapó fue don Fernán Pérez de Andrade. Figura clave en la zona de Pontedeume, Betanzos y alrededores. Un señor feudal con todas las letras.

Me puse serio con la investigación y empecé a tirar de herramientas de IA. Con ChatGPT le di forma a algo que no encontré en Wikipedia ni en crónicas polvorientas: un retrato del propio Fernán Pérez. No uno histórico, de esos que parecen haber sido pintados por alguien con resaca, sino una recreación imaginada. Porque si la historia no se puede tocar, al menos que se pueda sentir.

D. Fernán Pérez de Andrade
Imagen realizada con IA.

Con el retrato ya imaginado, quise ir un paso más allá: dar voz a ese hombre de piedra y leyenda. Lo que sigue no es historia documentada, ni novela histórica al uso. Es un retrato literario, construido con retales de realidad, rumores del pasado y algo de intuición. Porque a veces, la mejor forma de entender a un personaje... es inventarlo.

 

FERNÁN PÉREZ DE ANDRADE – EL BUENO

Capítulo I: Donde nace un hombre, y con él, una leyenda

Nació Fernán en la Galicia de mediados del siglo XIV, en una tierra que no conocía la paz, ni la pedía. Era la época de los Trastámara y los Petristas, de la peste que barría aldeas y de la nobleza que saqueaba lo que la peste dejaba en pie. En ese barro de caos, poder y fe, vino al mundo el hijo de una casa menor de la nobleza gallega: los Andrade.

Poco se sabe de su madre, como suele pasar cuando la historia la escriben hombres de espada. Su padre, Fernán Pérez de Andrade "el Viejo", había consolidado cierto prestigio al servicio del rey Alfonso XI. Pero la verdadera fortuna de los Andrade comenzó cuando Fernán hijo decidió que no iba a esperar herencia: la tomaría.

Capítulo II: Juego de Reyes y Bastardos

Cuando Enrique de Trastámara, el bastardo de Alfonso XI, se rebeló contra su hermano, el rey Pedro I el Cruel, Galicia se convirtió en tablero de alianzas. Fernán, con olfato de zorro viejo pese a su juventud, apostó por Enrique. No lo hizo por lealtad ni por justicia: lo hizo porque supo leer el viento.

Participó en las campañas de apoyo al nuevo rey, ganándose su favor. Y con el favor real llegaron las tierras, los castillos, las jurisdicciones. Betanzos, Pontedeume, Vilalba... Galicia empezó a llenarse de escudos con dos dragones dorados sobre fondo verde y una banda roja en medio. Como si el mismo infierno se dividiera entre dos cabezas enfrentadas.

Capítulo III: El Arquitecto del Poder

Fernán no solo guerreaba; construía. Donde pasaba, dejaba piedra sobre piedra: puentes, iglesias, fortalezas. El puente de Pontedeume, el hospital de Betanzos, el convento de San Francisco... Obra tras obra, no tanto por devoción como por estrategia. Porque una torre permanece donde cien espadas caen.

Mandaba sin levantar la voz y castigaba sin piedad. Sus enemigos desaparecían o se rendían. Su red de clientelas y alianzas se tejía como tela de araña: discreta, resistente, letal. Y si alguna mosca se resistía, ahí estaban los hermanos traicioneros, como Nuño, para recordarle que la sangre, cuando se enfría, se convierte en veneno.

Capítulo IV: Los Hermanos del Silencio

Nuño Freire de Andrade fue su sombra y su espina. Si Fernán levantaba un castillo, Nuño se preguntaba a cuántos soldados podría meter dentro. Si fundaba una iglesia, Nuño se fijaba en el oro de los candelabros.

El conflicto entre ambos no estalló en batalla abierta, sino en venenos, cartas veladas y alianzas turbias. En una de las cumbres familiares, Fernán envenenó simbólicamente a Nuño: una copa con hierbas que no mataban, pero dejaban claro que podía hacerlo. Desde entonces, Nuño no volvió a retarlo abiertamente. Prefirió vivir largo a morir legendario.

Capítulo V: El Sueño del Dragón

Los últimos años de Fernán fueron una procesión de sombras. Ya no cabalgaba, apenas salía del castillo. Recorría sus propias estancias como un espectro entre tapices. Había edificado tanto que la piedra comenzaba a sepultarlo en vida.

En 1397, murió. No en el campo de batalla, sino en su lecho, rodeado de clérigos que murmuraban oraciones sin atreverse a mirarle a los ojos. Fue enterrado bajo el altar mayor de la iglesia de San Francisco de Betanzos. Su tumba, sostenida por un jabalí y un oso —dos animales totémicos— no es un adorno: es una advertencia.

Dicen que aún vigila. Que cuando alguien quiere borrar su escudo de alguna fachada gallega, tiemblan las piedras. Que el jabalí y el oso gruñen en las noches de tormenta. Porque Fernán no fue “el Bueno” por bondad, sino porque todos los demás eran peores.

Y porque hay hombres que no mueren: solo esperan.



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