Día de Todos Los Santos, (fotografiar en cementerios).

 Se acerca el Día de Todos los Santos, esa jornada en la que, por tradición o costumbre, uno rinde memoria a quienes ya no están. Los cementerios se llenan de flores frescas, de murmullos discretos, de miradas bajas. Confieso que, más allá del ritual y el respeto debido, estos lugares ejercen sobre mí un magnetismo especial, tal vez porque llevo la cámara al cuello como quien empuña una pluma afilada, atento siempre a los detalles, al arte silencioso que custodian esas ciudades dormidas.

Porque no se engañen, un cementerio es mucho más que un simple depósito de recuerdos y nostalgias. Es un museo al aire libre, un territorio cargado de historia, arquitecturas soberbias y esculturas que cuentan historias mudas de vida, muerte y eternidad. Allí, entre lápidas y mausoleos, se esconde un patrimonio artístico que trasciende épocas y modas, secretos grabados en piedra que, si uno sabe mirar, susurran al oído del visitante atento.

En los últimos tiempos se ha puesto en boga lo que algunos llaman tanatoturismo o necroturismo, términos algo macabros con los que se etiqueta la afición de visitar lugares marcados por la tragedia y la muerte. Ahí se mezclan campos de concentración como Auschwitz o Mauthausen, pueblos devastados como Oradour-sur-Glane en Francia o Belchite en España, e incluso la siniestra fascinación por Chernóbil antes de la reciente guerra en Ucrania, o por los escenarios de matanzas en Ruanda. Pero, personalmente, no es el morbo lo que me lleva hasta estos rincones olvidados del mapa, sino la búsqueda del relato escondido tras el silencio, la estética callada que sólo se revela a quien mira con paciencia y respeto.

Por eso hoy comparto algunas fotografías capturadas durante mis visitas ocasionales a estos cementerios de singular belleza, como el ilustre Père Lachaise de París, famoso en todo el mundo, o el más modesto pero igualmente fascinante Cementerio Civil de Teresa, escondido en el Valle de Arán. Cada uno de estos lugares merece una historia propia, un capítulo aparte que quizás algún día me anime a contarles, cámara en mano, como quien desgrana lentamente viejas novelas olvidadas.


Tumba de Vaslav Nijinsky, Cementerio de Montmartre, París, enero 2018
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 105 mm.
Apertura f/4 Obturación 1/100 s. ISO 560

El Dolor, Cementerio del Père Lachaise, París, enero 2018
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 105 mm.
Apertura f/4 Obturación 1/100 s. ISO 360


Vida en el cementerio, Cementerio del Père Lachaise, París, enero 2018
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 105 mm.
Apertura f/4 Obturación 1/100 s. ISO 100

Dominique Vivant Denon, Cementerio del Père Lachaise, París, enero 2018
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 68 mm.
Apertura f/4 Obturación 1/100 s. ISO 280


Aquí yace Teresa, sola ante la eternidad, Cementerio Civil de Bausen, Valle de Arán, febrero 2018
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 38 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/60 s. ISO 100


Querubín, Cementerio de la Carriona, Avilés, diciembre 2019
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 38 mm.
Apertura f/6.3 Obturación 1/125 s. ISO 100



Cementerio de Santa Isabel, Vitoria, abril 2021
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 105 mm.
Apertura f/4 Obturación 1/800 s. ISO 500

Cementerio de Agromonte, Oporto, abril 2022
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 95 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/100 s. ISO 100


Silencio, Cementerio Presbítero Maestro, Lima, Perú, junio 2022
Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 24 mm.
Apertura f/8 Obturación 1/160 s. ISO 100
(Sustitución del cielo con PS)

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