La Fiesta de San Antonio de Padua en Callalli, Perú.
Callalli es un pequeño pueblo perdido en las alturas del sur de Perú, en la provincia de Caylloma, donde el viento corta y la vida transcurre al ritmo pausado de quienes han aprendido a resistir el tiempo. Allí, entre montañas que parecen talladas a cuchillo, la devoción a San Antonio de Padua, aquel fraile franciscano que en vida predicó con el fervor de los iluminados, se mantiene intacta como un ancla al pasado.
Cada año, a mediados de junio, el pueblo se viste de fiesta. Durante los días 12 y 13, Callalli se entrega por completo a su patrón. La celebración es una mezcla de fe, algarabía y tradición. Hay comidas abundantes, misas solemnes, corridas de toros al más puro estilo andino y, por supuesto, la gran procesión. Allí, la imagen del santo recorre la plaza principal en andas, al compás de una banda que lo mismo interpreta marchas de recogimiento que desata un jolgorio desbordante con ritmos más festivos. Todo, claro, regado con chicha y el entusiasmo de los devotos.
Y fue allí donde, por puro azar –o tal vez por el designio caprichoso del destino–, tuve la suerte de presenciar aquel espectáculo de color y fervor. Durante buena parte de la mañana, me dediqué a recorrer la plaza, cámara en mano, capturando la esencia de la fiesta. Las mujeres, vestidas con sus trajes bordados, parecían salidas de otro tiempo, y los gestos de quienes portaban al santo reflejaban ese misticismo indescifrable que sólo se encuentra en estos rincones apartados del mundo.
Mi mujer, mientras tanto, grababa vídeos con el teléfono, atrapando escenas que habrían sido recuerdos imborrables. Digo habrían sido porque, días después, el azar volvió a jugar su carta y aquel teléfono se perdió en un accidente cerca de Cusco. Imágenes y sonidos se esfumaron para siempre, devorados por la fatalidad y la geografía.
Pero la memoria es un arma caprichosa, y aunque la tecnología no pudo guardar aquellos instantes, la experiencia quedó intacta en mi recuerdo. Quizá lo mejor de todo fue la sensación de ser testigo privilegiado, ajeno al turismo masivo. En aquella plaza, entre tres chicas francesas, mi pareja y yo, parecía que éramos los únicos forasteros en un mundo que, por un par de días, se entregaba a su propia historia.
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Festividad de San Antonio de Padua, Callalli, Perú, junio 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 58 mm. Apertura f/11 Obturación 1/320s. ISO 100 |
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Festividad de San Antonio de Padua, Callalli, Perú, junio 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 82 mm. Apertura f/11 Obturación 1/320s. ISO 100 |
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San Antonio de Padua, Callalli, Perú, junio 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 105 mm. Apertura f/11 Obturación 1/320s. ISO 100 |
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Banda de música, Callalli, Perú, junio 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 68 mm. Apertura f/11 Obturación 1/320s. ISO 100 |