Oporto entre copas, clics… y un poco de decadencia.
Con ganas de desconectar un rato del bonito desastre global —guerras, crisis energéticas, inflación, desabastecimientos y demás maravillas del siglo XXI— decidimos escaparnos unos días a Oporto. No la conocíamos, pero le teníamos ganas. Siempre es buen momento para huir hacia adelante.
La ciudad, a primera vista, tiene pinta de haber sido encantadora no hace tanto. De esas con alma, con carácter, con historia en cada adoquín. Pero, como suele pasar cuando algo gusta demasiado, ha acabado devorada por su propio éxito. El turismo lo ha empapado todo: cafeterías, heladerías, restaurantes… todo con ese regusto a “esto no es para ti, local”. La autenticidad, como los alquileres razonables, parece haberse evaporado. Incluso el precioso Café Imperial, un clásico con solera, hoy es un McDonald’s. Eso sí, “el más bonito del mundo”, dicen. En fin, ironías del progreso. Si os interesa el tema, os dejo un artículo muy recomendable: Oporto, gentrificación de temporada alta. No tiene desperdicio.
Ahora bien, pese a todo ese envoltorio turístico, Oporto todavía conserva su magia. Mucha. Y para quien lleve una cámara colgada al cuello, es un auténtico parque de atracciones. Sus callejuelas empinadas regalan unas vistas del Douro que, al atardecer, parecen sacadas de una postal que aún no ha pasado por Instagram. Cada rincón es una posible sorpresa: arte urbano, fachadas que cuentan historias, miradores que te hacen replantearte quedarte a vivir allí (hasta que miras los precios, claro).
Obviamente, visitar las bodegas de Vila Nova de Gaia es obligatorio. Y ya que se va, lo suyo es brindar más de una vez. Hay que hidratarse, dicen. El vino, además, ayuda a ver las cosas con más luz y menos filtro crítico.
Entre copa y copa, como no podía ser de otro modo, saqué tiempo para disparar unas cuantas fotos. Esta vez me llevé mi equipo básico de viaje: la Nikon D750 con el 24-105 mm f/4 Art de Sigma. También metí en la mochila el ultra gran angular de 14 mm de Samyang… que usé una sola vez, porque uno siempre cree que va a tener más energía de la que realmente tiene. El trípode, por cierto, vino a pasear: cinco días en el apartamento y una sola salida nocturna. Clásico.
Ah, y si os gusta la fotografía tanto como a mí, no dejéis de visitar el Centro Portugués de Fotografía. Además de exposiciones temporales, tienen una colección de cámaras antiguas que es una auténtica joya. Imprescindible para frikis del obturador.
Aquí os dejo una muestra de lo que salió de esta escapada entre brindis y disparos (de cámara, claro).
![]() |
Barcos rabelos y Ponte Dom Luis I, abril 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 38 mm. Apertura f/11 Obturación 1/5s. ISO 50 |
![]() |
Una casa portuguesa, abril 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 105 mm. Apertura f/8 Obturación 1/200 s. ISO 100 |
![]() |
Igreja de Santo Ildefonso, abril 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 35 mm. Apertura f/4 Obturación 1/1250 s. ISO 100 |
![]() |
Escadas do Codeçal, abril 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 62 mm. Apertura f/5.6 Obturación 1/80 s. ISO 100 |
![]() |
A Pérola do Bolhão, abril 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 35 mm. Apertura f/8 Obturación 1/60 s. ISO 100 |
![]() |
Catedral de la Sé de Oporto, abril 2022 Nikon D-750, Sigma 24-105 mm. f/4 a 28 mm. Apertura f/11 Obturación 1/125 s. ISO 100 |