Fotografiando iguanas marinas en Galápagos: cuando el mundo salvaje te ignora con confianza
Caminar entre iguanas sin que se inmuten es una experiencia que te desarma. No estás invadiendo su espacio, estás dentro de él. Y en Galápagos, eso ocurre sin trucos, sin zoom extremo y sin esconderte tras una roca.
Desde que vi por primera vez el trabajo de Sebastião Salgado en su proyecto Génesis, supe que, tarde o temprano, acabaría viajando a las Islas Galápagos. Quería ver in situ esas maravillas que Darwin describió en sus diarios y que, siglos después, Salgado capturó con una maestría que roza lo sagrado.
Las también llamadas Islas Encantadas —nombre que les dieron los navegantes del siglo XVI al toparse con su fauna y flora fantásticas— son, sin duda, el lugar donde más he sentido esa convivencia casi utópica entre el ser humano y el mundo animal.
Para alguien como yo, que vive en España, donde para fotografiar a un zorro tienes que disfrazarte de arbusto, reptar durante horas y rezar para que no te multen por invadir una zona protegida, pasear por los malecones y senderos de los pueblos galapagueños esquivando iguanas e incluso lobos marinos era como caminar dentro de un sueño lúcido. Jamás me había sentido tan dentro de la naturaleza, sin filtros ni barreras.
Una de las especies más fáciles —y a la vez más exóticas— de fotografiar es la iguana marina (Amblyrhynchus cristatus). Después de pasarse casi una hora alimentándose de algas bajo el agua, como los buenos reptiles que son, salen a recuperar calor sobre las rocas volcánicas o la arena cálida de la playa. Aceptan con sorprendente calma la cercanía de otras especies, incluida la nuestra. Si se molestan, lo hacen saber con un gesto seco de cabeza, como diciendo: “Eh, majete, ni un paso más”.
Como anécdota: la iguana que aparece en el retrato vertical permitió tanto acercamiento que, al expulsar el exceso de sal por sus fosas nasales, casi me baña el objetivo. Y no, no exagero.
Aquí dejo una selección de imágenes tomadas tanto con la réflex como con el móvil, porque cuando el lugar lo merece, cualquier herramienta es válida.
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Iguana marina, ( Amblyrhynchus cristatus), noviembre 2021 Nikon D-810, Nikon 70-200 mm. f/2.8 a 200 mm. Apertura f/4 Obturación 1/320s. ISO 200 |
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Iguana marina disfrutando del Sol, noviembre 2021 Nikon D-810, Nikon 70-200 mm. f/2.8 a 200 mm. Apertura f/5.6 Obturación 1/1000s. ISO 200 |
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"Retrato" de Iguana marina, noviembre 2021 Nikon D-810, Nikon 70-200 mm. f/2.8 a 200 mm. Apertura f/5.6 Obturación 1/1000s. ISO 200 |
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Iguana marina saliendo del mar, noviembre 2021 Nikon D-810, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 mm. Apertura f/11 Obturación 1/160s. ISO 100 |
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Detalle de la pata de Iguana, noviembre 2021 Nikon D-810, Sigma Art 24-105 mm. f/4 a 105 mm. Apertura f/8 Obturación 1/1250s. ISO 100 |
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Iguana marina, noviembre 2021 iPhone 7, Cámara trasera 3.99 mm. f/1.8 Apertura f/1.8 Obturación 1/3690s. ISO 20 |
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Iguana marina, noviembre 2021 iPhone 7, Cámara trasera 3.99 mm. f/1.8 Apertura f/1.8 Obturación 1/3831s. ISO 20 |
Galápagos no es solo un destino fotográfico. Es una lección constante de humildad, de respeto y de asombro. Allí los animales no huyen, no se esconden ni te temen. Te ignoran con la serenidad de quien sabe que tú eres el invitado.
He fotografiado iguanas que se cruzan contigo como si nada, tortugas que avanzan al ritmo de las eras geológicas, y aves con patas azules que parecen diseñadas por un niño con acceso a Pantone.
Pero también me he quedado con fotos por hacer, momentos que se escaparon por no tener la cámara, por estar en el agua, por simplemente estar viviendo.
Y quizá por eso lo más valioso no es lo que capturé, sino lo que me falta por capturar.
Volveré. Porque a veces, las mejores imágenes son las que aún no has disparado.