El bosque de Oma y el arte que lo arruinó
Hay cosas que huelen a impostura desde lejos, como un perfume barato en un ascensor. El Bosque de Oma, ese experimento cromático de Agustín Ibarrola perdido entre los hayedos de Kortezubi, es una de ellas. Se presenta como una fusión de arte y naturaleza, pero lo que realmente ofrece es un parque temático del ego disfrazado de intervención artística. Ibarrola, que algunos veneran como visionario del land art a la vasca, pintó decenas de árboles vivos con formas geométricas, ojos, figuras humanas, rayas multicolores y hasta motoristas como si el bosque fuera un cuaderno de colorear infantil. Y ahí estuvo la cosa, años al sol y la humedad, como un mural psicodélico que se descomponía lentamente. Hasta que el bosque, literalmente, murió. Sí, el Bosque de Oma original ha pasado a mejor vida. La causa fue la banda marrón, una enfermedad provocada por un hongo (el Phaeolus schweinitzii , para los curiosos), que afecta principalmente a los pinos y acabó por condenar al conjunto. ¿Fue culpa...