Historia tras la foto: Niebla, Leifur Eiriksson y Hallgriskirkja
Aterrizamos en Keflavík a las tantas de la madrugada, con más ojeras que sentido común. Recogimos el coche de alquiler y, en un brillante ejemplo de “turismo low-cost extremo”, decidimos empezar a explorar sin dormir. Total, una noche de hotel menos —bendita miseria planificada. Después de horas deambulando por carreteras desiertas y paisajes que parecían sacados de otro planeta, llegamos al centro de Reikiavik, envueltos en una niebla espesa como el chocolate caliente. Era junio, y en estas latitudes el sol se empecina en no esconderse, como si Islandia no quisiera perderse detalle. Aparqué junto a Hallgrímskirkja, esa iglesia de hormigón que parece salida de una película futurista o de un sueño húmedo de un arquitecto brutalista. Su fachada principal, por cierto, no es un capricho estético al azar: está inspirada en las columnas basálticas que tapizan los acantilados de la playa de Reynisfjara, al sur del país. Naturaleza y arquitectura, en plan geología elevada a religión. ...